Miradas recíprocas. En torno a la Colección Ordóñez-Falcón de Fotografía
ALONSO HERRAIZ, Clara. y FARIÑA FARIÑA, Laura C., “Miradas recíprocas. En torno a la colección Ordóñez-Falcón de Fotografía", 2010.
Indagaciones y miradas en la Colección Ordóñez-Falcón de Fotografía
TEA Tenerife Espacio de las Artes
Santa Cruz de Tenerife
Del 6 de noviembre de 2009 al 10 de enero de 2010.
Miradas. Miradas resignadas de Richard Avedon, expectantes de Henri Cartier-Bresson, elocuentes de Celine van Balen o inquietantes de Zhang Huan. El fenómeno que se produce entre el espectador y la fotografía tiene algo de recíproco. Enfrentarse a una imagen supone establecer un diálogo de miradas en el que la fotografía ataca las retinas más vulnerables. Es aquí donde se gesta la indagación, donde el espectador busca la empatía con la imagen: sentir resignación, expectación, elocuencia e inquietud en unas miradas que nos persiguen desde el lugar más insospechado de la sala.
Esta primera lectura que ofrece TEA sobre la Colección Ordóñez-Falcón de Fotografía (COFF), despliega un amplio y significativo conjunto de imágenes, que recorre la historia de la fotografía desde la primera mitad del siglo XX hasta la actualidad. Tesoros que revelan la atemporalidad temática de la Colección, conjugando los recursos más clásicos con la experimentación propia de la vanguardia. La agrupación de fotografías en sí, no tiene una secuencia aparente y su heterogeneidad crea un estado de confusión. Al concluir el recorrido, el hilo conductor indaga y mira en la historia de la fotografía.
La muestra reúne una serie de fotografías que han logrado romper con el valor simbólico de la pieza única potenciando además su interés como obras de arte. Estas obras suponen un apoyo físico para declarar este discurso como obsoleto: nos encontramos ante un diálogo que intensifica la relación entre la fotografía antigua y contemporánea. Tienen en común la captación de momentos irrepetibles pero desde dos ópticas diferentes. En la fotografía antigua prevalecía la novedad y la exploración de este nuevo fenómeno, mientras que la fotografía contemporánea busca impactar al espectador tanto con realidades ficticias como con la verdad más descarnada, presente, por ejemplo, en la mano con cortes de Andrés Serrano (“The morgue, hacked to death", 1992).
Con la llegada de la técnica fotográfica, se podían tomar fragmentos de la vida real y atesorarlos para siempre en un trozo de papel. Pero además la fotografía hizo posible el deseo de parar el tiempo y ponerlo en manos de personas que quisieran disponer de él. Esto se respira en las salas de TEA: el tiempo detenido en instantes. Instantes preciosos que nos hablan de la historia de la fotografía, pero también de las pequeñas historias que cada una de las obras esconde tras de sí.
La lógica de la Colección Ordóñez-Falcón de Fotografía deja patente esta relación entre fotografía antigua y contemporánea. Y esa relación, junto al atractivo particular de cada imagen, demuestra que los coleccionistas no son simples sujetos alejados de sus obras buscando hacerse con un patrimonio de valor tan en alza como es la fotografía.
El matrimonio Ordóñez–Falcón se ha basado tanto en el interés artístico como en su propio criterio para adquirir todas las fotografías que integran su Colección. El acto de coleccionar, siempre tan misterioso, siempre tan diverso, adquiere así un sentido característico y especial.
Hablamos de un fondo cuyo volumen se sitúa en torno a las 1300 obras de fotografía y vídeo reunidas desde los años 70, muchas de las cuales no se han visto todavía. Es una de las mejores colecciones privadas a nivel europeo y ha pasado por centros artísticos de la categoría del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Instituto Valenciano de Arte Moderno, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona o el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Para TEA, la cesión temporal de los fondos de la COFF supone disponer de productivas obras de autores de la importancia de Richard Avedon, Irving Penn, Diane Arbus, Edward Weston, Ansel Adams o Andy Warhol entre muchos otros hitos de la fotografía nacional e internacional. Con ellos la fotografía consolida a TEA y sigue pisando fuerte.
Pero las huellas de esas pisadas distan de la firmeza deseada. El arte rebosa por cada una de las salas de forma desordenada y exaltada. Imágenes sumergidas en una vorágine de artes fotográficas que se abstraen en su propia trascendencia. Estructurar una exposición de tal envergadura puede presentar algún handicap. El desequilibrio está presente en lugar de la armonía: las obras se eclipsan unas a otras y favorecen un cierto clima de confusión. Quizás fuesen necesarios otros espacios más amplios para reconciliar cada fotografía con su lugar en el mundo.
Encuentros y desencuentros de miradas. Esa es la sensación que queda al abandonar las salas donde se ha creado un túnel del tiempo fotográfico que, sin embargo, no ha seguido un riguroso ritmo cronológico. Al espectador se le ha puesto en una maravillosa bandeja de plata algo digno de mirar e indagar; las fotografías también han mirado desafiantes y han marcado su territorio. Parecen afirmar que han venido para quedarse durante un tiempo y hacer las delicias del público. Como espectadores nos frotamos las manos y abrimos bien los ojos, ilusionados: nos esperan diez años de fascinación fotográfica y miradas recíprocas.